Tienes un emprendimiento, una pyme, una gran empresa. Eres una figura pública dueña de su imagen o prestas un servicio altamente comercializable. Y no estás logrando los resultados esperados. ¡Detente ahí! Hay vida después del marketing tradicional.
-Buen día
-Hola, estoy mirando
-Cualquier cosa preguntame
-Dale.
¿Cuántas veces nos topamos con charlas sin sentido como esas, en una tienda de ropa, en un local de electrodomésticos, en una dietética? ¿Cuántas veces se activa internamente la autocensura cuando uno quisiera gritar “Obvio que voy a preguntarte, más vale, cómo se te ocurre que no voy a preguntarte si tengo alguna duda, ¡no te aburre decir siempre lo mismo y ver siempre esta sonrisa de compromiso que se me está dibujando ahora mismo en la cara!? ¡Dale!
Ring ring ring
-Buen día, estará la señora Laura Eiranova
-Sí, quién habla?
-Hablo con la señora Laura Eiranova? (Sí! Obvio que soy! Si pagaste por una base de datos de anda saber qué procedencia, todavía dudás de que es fidedigna? ¿por qué te va a contestar otra persona, quién contesta acaso el teléfono de otra persona? ¿O es que te pagan por esos segundos de diálogo-letargo? Dale)
-Quería ofrecerte la tarjeta violeta.
-No, me interesa, gracias (tu, tu, tu, tu).
(Según Harvard Business Studies: El 90% de las llamadas son inefectivas)
¿Cuántas veces perdemos 4, 5, 10 segundos de nuestras vidas teniendo esos diálogos fastidiosos que nadie desea tener, contestando las cosas que nadie quiere contestar, y tratando mucho peor a ese pobre cristo que está detrás de la línea que al último novio que te dijo que eras demasiado buena para él?)
Menos del 2% de las llamadas de telemarketing terminan concretando una reunión o una venta.
No soy ni seré la primera ni la única que necesita destilar su odio sobre estos temas: ya lo hicieron miles de otros en periódicos, en blogs, en confesionarios de todo el mundo.
Pero hay cosas que siguen sin tener explicación y siguen ocurriendo instante tras instante en todas las tiendas y teléfonos del planeta (salvo en Apple, claro).
Porque desde que el marketing aterrizó en el planeta, la vida de cualquier ser humano se vio impactada por esas estrategias obsesionadas en “colocar un producto” y esos “robotitos” intentado lograrlo.
Primero fue el marketing directo, que buscó consumidores ofreciendo cucharitas con mermelada en un supermercado o toallitas femeninas en una plaza.
Luego fue el fax, gastando papel con promociones y ofertas dudosas que terminaban en el tacho de basura. Más tarde entró a los hogares y a los teléfonos móviles sin pedir permiso con el telemarketing.
Y por último invadió los correos electrónicos con “asuntos” supuestamente gancheros que solo provocan que el dedo se extienda hasta la tecla delete/supr.
Es cierto. Es tentador comprar un software que puede realizar miles de llamados por segundo, tanto como lo es dar el primer empleo mal pago en un call center a ese muchacho desesperado que acaba de terminar la escuela secundaria.
Pero con todo respeto, desde Andimol queremos darte un consejo cristiano: No caigas en la tentación. No gastes más en ese arma de destrucción masiva que es el marketing tradicional. No lo hagas más.
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